jueves, 4 de julio de 2013

Escrito por Nicte G Yuen en , | 4:25 p. m. Sin comentarios




Debo confesar que en los peores momentos de mi vida he sentido la incontenible necesidad de escribir. Me parece que es una especie de asfixia, como si repentinamente el aire ya no alcanzara a llegar hasta los pulmones, como si inhalar y exhalar ya no fuera posible, porque una fuerza extraña te lo impide… Necesito escribir, grita mi voz interior.


Es una acumulación de sensaciones y sentimientos que buscan una válvula de escape. Es algo que nos sucede a todos,  esa necesidad de expresarnos, de gritar y rabiar porque algo nos está lacerando por dentro…

Dolor. Impotencia. Desesperanza. Soledad.



Algunas personas destapan una lata de cerveza, quizá acuden a algún bar y beben hasta que consiguen acallar sus emociones; otras se sientan frente a una enorme rebanada de pastel de chocolate, comen hasta hartarse, y aún después lo siguen haciendo; unos cuantos optan por practicar deportes extremos, para sentir esa descarga de adrenalina invadiendo sus cuerpos. Métodos existen tantos como humanos en este universo.  Nos expresamos o nos reprimimos de infinidad de formas.

En mi muy particular caso, una hoja en blanco ha resultado ser mi mejor confidente; en ella he vaciado, al ritmo del caer de una lágrima, mi sentir respecto a las peores experiencias: duelos, abandonos, despedidas, fracasos. Estoy segura que de haber querido hablarlo con alguien, una amiga por ejemplo, o un familiar; no habría podido, ni una palabra habría conseguido sacarme de la garganta.

Sentarme y escribir ha resultado ser una salvación, sacarlo todo, aunque las frases sean una amorfosidad sin sentido. Después, con los días, uno vuelve a ello, lees y relees aquella amorfosidad, comienzas a quitar algunas palabras o párrafos enteros, agregas nuevas frases, creas otras imágenes, te das cuenta que existe algún error ortográfico o gramatical, lo corriges; en fin, pules y pules hasta que dicho texto resulta ser un cuento o un poema, una novela en el mejor de los casos.




Decidir compartirlo o no viene después, al menos en mi caso. Cuando la creación ha concluido, la página, antes en blanco, ahora está repleta de palabras que forman bellas figuras literarias; entonces el momento de soltarlo y dejarlo ir es irremediable.  Ya no es tuyo, es del lector.









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