martes, 26 de noviembre de 2013

Escrito por Nicte G Yuen en , , | 7:33 p. m. Sin comentarios

En esta ocasión quise compartir con todos nuestros lectores del Libro Rojo, un cuento que escribí hace algún tiempo, y el cual es muy especial para mí, pues lo escribí para compartirlo con mis alumnos de preescolar. Fue uno de mis primeros cuentos infantiles. Espero que les guste y lo disfruten, dejen sus comentarios para saber si les agrado la historia.

Papajalote

Erase una vez un pájaro añil, quien gustaba de echarse clavados en el cielo vespertino;andar por ahí, nadando alrededor de las cinco o seis, justo cuando el minutero y el segundero, jugaban carreritas por alcanzar a asomar sus tiempos a través de la ventana, y contemplar al sol con gorro de dormir. Solía traer sus plumas goteando ocres por las puntas, bordeando naranjas y perdiendo rojizos. Con ellas a medio despeinar, atravesaba los días en alocados viajes. Aunque claro, gustaba del calor que le proporcionaban los árboles del parque central. Noche a noche, sin faltar ninguna, se agazapaba contra las enramadas, y dormía tan placenteramente como sólo las aves pueden soñar. Sus silencios nocturnos, estaban repletos de granos por picotear, algunos más dorados que otros, pero todos igual de inflados, favor del buen temporal que había caído sobre  los trigales.  Mención aparte merecen las ocasiones en que el pájaro añil se soñaba cerquita del mar, sobrevolando los acantilados, borrando la línea que impide juntar el agua del mar con el agua del cielo. Y cuando el bullicioso parque le daba los buenos días, el pájaro añil se quedaba un ratito acurrucado entre el verdor de la enramada, soñando un poco más el mar que aún no conocía; pero del que tanto le habían contado sus amigas las aves.

Erase una vez una damita vestida de arlequín, con sus muchos rombos arrancados del arco iris, cosidos y remendados a causa de tantos usos, todos ellos asociados a juegos en la esquina del parque central y la fachada de su casa. Solía emplear sus rizos sueltos, porque le entristecía mirar al viento enojado por no poder revolver sus cabellos. Así cuando su mamá trenzaba el ébano con el negro y lo ataba en un impecable moño, ella más tardaba en bajar las escaleras que en liberarlos del listón y el rosa.  Nuestra damita vestida de arlequín, reunía a sus amigas en torno al pequeño lago artificial del parque, y jugabana fabricar sus propias muñecas de trapo, de pétalos o de hierba fresca. Siempre había buenos temas para conversar a las horas del té, y por supuesto, las invitadas nunca faltaban con sus galletas de nuez o sus pasteles de chocolate. Y quién sabe cómo, solían terminar mezclados en sus juegos, un  par de princesas, mucho polvo de hadas y un larguísimo camino amarillo. Antes de la primera estrella en el cielo, la damita vestida de arlequín, regresaba a casa con sus brazos llenos de muñecas y cansancio escurriéndole hasta por los dedos.

Erase una vez junto a un árbol del parque central, que una tarde de mayo, el pájaro añil y la damita vestida de arlequín, se encontraron a resguardo del calor bajo la sombra que proyectaba dicho árbol, cuyo nombre ambos desconocían. Ella lo miró sorprendida por el azul encendido de su plumaje, porque antes no había descubierto un pájaro semejante. Sintió entonces curiosidad por escucharlo cantar, recordando que los canarios de mamá, solían hacerlo a cualquier hora del día. Y tú cantas pájaro quiso saber la damita, pero como desconocía el lenguaje de las aves, prefirió quedarse callada y no cometer una bobada o soltar un insulto en lugar de una pregunta. El pájaro añil voló una rama más abajo y abrió grande su pico ¿Tú conoces el mar niñita? Intentó decirle yo quisiera ir volando hasta allá, me han dicho que el sol es más brillante y el viento tiene sabor salado. Sueño mucho con el oleaje del mar, creo que su sonido es tan hermoso que las caracolas juegan a esconderlo dentro de ellas, supongo porque ellas no me lo han confesado, que tienen algo de egoísmo y quieren solo para ellas el sonido de las olas. Claro cuando se sienten abandonadas en las profundidades del océano, lo escuchan una y otra vez hasta quedarse dormidas. Yo lo haría de poder atrapar un pedazo de las olas del mar. Quizá un día de estos, los cálidos o los fríos que todavía no llegan, encuentre la ruta que lleva hasta el océano. Lo he buscado y buscado todos los días, y dicen que de tanto buscar, uno encuentra. El mar es tan inmenso que al menos un trozo podré ver. ¿Tú conoces el mar niñita? Volvió a preguntar el pájaro añil y se acercó más. Nuestra damita vestida de arlequín, escuchó el canto más lindo que había disfrutado de ave alguna, aunque lamentó que sonara tan melancólico. A lo mejor necesitaba de su ayuda y ella que no atinaba a entender el lenguaje de las aves, todavía no le enseñaban eso en la escuela. Así regresó a casa aquella tarde.La damita vestida de arlequín, todas las tardes después de sus labores escolares, continuó disfrutando de aquel canto. Se recostaba bajo la sombra del árbol cuyo nombre le era desconocido, y cómo ella aún no aprendía el lenguaje de los árboles, no podía preguntarle cuál era su nombre. Cerraba los ojos, porque aquel constante trinar la invitaba a imaginar prados cubiertos de margaritas, dunas de floreados cactus, pantanos de reptiles tomando el sol; cerraba los ojos y el aroma de aquellos lugares se  le filtraba  a través de sus sentidos. ¿Tú conoces el mar niñita? Me gustaría viajar un buen amanecer hasta el océano; me han dicho que existen aves que en lugar de granos de trigo, comen pescados, los mismos que atrapan con sus picos. Sin embargo, si he volado en  frescas mañanas hasta prados cubiertos de margaritas, esas flores de centros soleados y pétalos de nubes. Ayer, ayer mismo visite un pantano, con iguanas y lagartijas abarrotando las rocas salientes de las aguas; también había cocodrilos, pero ellos no tenían ánimos de  broncear su escamosa piel, y permanecieron nadando. ¿Tú conoces el mar niñita?


Erase una vez que la damita vestida de arlequín, le pidió a su amigo el pájaro añil, que la llevará con él a sus viajes a través de los cielos; y éste, le pidió a ella que lo guiará hasta el mar, el mismo al que ella viaja en vacaciones con su familia. Él trinaba, ella hablaba, él estimaba mucho a la damita, la damita estimaba mucho a su amigo de un azul encendido. Él voló hasta posarse en la mano de la niña, la niña sacó de su bolsillo el listón rosa de su trenza. Él extendió sus alas dejándose poner el listón, ella ató la otra punta alrededor de su muñeca. La damita vestida de arlequín comenzó a correr entre los árboles del parque central, estos en  su lenguaje de árboles les desearon feliz viaje a los amigos, el pájaro añil emprendió el vuelo. Ella  le había platicado  a su amigo que los papalotes siempre vuelan directo a tus sueños.
                                          
                                                                                   

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