lunes, 13 de enero de 2014

Escrito por Danz en , , | 2:57 p. m. Sin comentarios
Capítulo 19: Conservación y fijación 





Sofía se levantó aquel domingo con un cansancio antinatural en el cuerpo. Se sintió barranco lleno de nudos de piedras y dolores escondidos. Habían transcurrido un par de semanas desde que aquel hombre, o espectro de libélula, intentara matarla. El recuerdo se fue borrando como los moretones de su cuerpo, así como el recuerdo de su madre y de las niñas de ceniza se borraba perdido en un remolino de viento. Su cuerpo, a pesar del olvido, se sentía cansado, atolondrado y lleno de un sentimiento de pérdida inmensurable. 

Su padre le había pedido que descansara un par de días, que retomaría su vida cotidiana en un santiamén "no hay nada de que preocuparse Sofía, vas a estar bien" esa frase que repetía como muletilla se impregnó en sus oídos durante esos días de recuperación. Sin  embargo, ya pasaban de las dos semanas en encierro, Sofía comenzaba a pensar que un día más enclaustrada en su casa y perdería la poca confianza que tenía en si misma. 

Se metió a bañar pensando en una excusa para salir a la calle, una excusa para ella misma, "quiero un refresco de la tienda y unas papas, igual y rento una película o quizá una serie de las que tengo pendientes. Inclusive puedo ir por algo de comer y traerlo a la casa, o no, mejor como en el lugar y luego voy por la película..."No esperó a que se le secara el cabello cuando se decidió a ir por la película y si de paso le daba hambre iría a comprar algo de botana. 

La llave de Sofía se rompió en la cerradura, con un sonido de metal viejo y decadente. Sofía mantuvo la llave rota delante de sus ojos y observó que la cerradura era nueva, además la puerta contaba con pestillo que, estaba segura, eran nuevos. 

Media hora después, Sofía entendió una verdad sencilla. Una realidad que su cuerpo apesadumbrado le venía gritando desde hace ya tiempo. Era prisionera de su propia casa. Las ventanas estaban cerradas, selladas incluso. La puerta con innumerables seguros. No había escapatoria. 

Por un momento, Sofía volvió a ser una niña, se sentó apoyada en la pared y lloró a lagrima suelta. 

"Mamá, ayúdame por favor"  

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