Capítulo 2
"Despierta"
El reloj marcó las 4:00 horas. La carretera estaba llena de madrugada, de esa noche más oscura antes del amanecer. Las únicas pecas de luz que se mostraban en el paisaje, se encontraban en las farolas de la zona de descanso a la que el automóvil se acercaba, llenado de excitación a los fuegos fatuos que vivían entre la luz de las farolas.
Julio apagó el motor, se demoró unos momentos en apagar las luces del automóvil. Antes de salir del auto se frotó la cara con ambas manos. El movimiento fue lento, con el peso de la decisión que estaba a punto de tomar. Los callos entre sus dedos escocieron su cara recién afeitada. Apretó por último su cuello, delicadamente al principio, después aumentando la presión. Podía evitar lo que se proponía hacer, con solo mantener la presión unos momentos más, todo terminaría. Apretó más su cuello, sintió sus venas hincharse, la sangre que se conglomeraba en su cabeza, la tensión en sus fosas nasales, la lengua expandida y la saliva que corría lentamente por un lado... se detuvo. Liberó la presión en su cuello y salió lentamente del auto.
Se acercó a la barrera de contención y la cruzó de un salto. Miro la oscuridad de la garganta en la barranca y sintió vértigo, comenzó a orinar. El sonido de las gotas que caían fue tragado por la distancia de la caída; sonrió.
Tocó la ventana del acompañante en el carro; dentro estaba una mujer que mantenía la mirada perdida en el horizonte negro. Miró a Julio, colgó el celular y abrió la puerta. No le respondió a la pregunta "¿A dónde hablaste?" mientras delicadamente la sacaban del carro. El cuerpo de la mujer estaba lánguido y un poco reseco. Su piel forraba los huesos, apretada y agrietada, dándole una vejez que no correspondía a su edad. Julio, guío a la mujer como un hijo guía a su anciana madre hacía la orilla de la carretera, despacio y con tropiezos, siempre dándole ánimos "vamos cariño, necesito que te muevas un poco más deprisa" susurraba junto con la noche. Ella no abrió sus agrietados labios.
El viento se pegaba a sus ropas, el aroma de los árboles allá abajo se metía entre sus dedos. El hombre besó a la demacrada mujer, acarició su piel reseca, miró los ojos llenos de tristeza, la tomó de sus cabellos de cobre y le susurró al oído "te amo Ana" un momento antes de arrojarla a la barranca.
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