7. Recuerdos.
Para
año nuevo, me voy sintiendo más y más paranoica, sigo extrañando a aquella
madre que nunca tuve, a aquella que me creé con fantasía y recuerdos de alguien
más. De quienes sí la conocieron, de quienes le guardan un profundo respeto, de
esos que le habrían puesto un altar cual si fuera como esos santos de los
templos, y de quienes la recuerdan peor que el mismo diablo. Aún podía escuchar
cada vez que la abuela estuviera dispuesta a hablar, en medio de ceños
fruncidos y mandíbulas apretadas, lo mala mujer que fue mi madre… lo mal que
fue al querer quitarse la vida.
Ella
fue originaria de un pueblo, o al menos ese forastero me lo dijo, aunque
comenzaba a pensar que no era tan forastero, era ese hombre que había visto
como si fuera mi sombra, en cada una de las fiestas y reuniones a las que había
asistido. De repente había dejado de verlo, entonces deseaba poder hacerlo
¿estaba loca? ¿Quién podía extrañar a alguien que te ponía los pelos de punta?
Porque su aspecto no era lindo, tampoco atractivo de alguna forma. Pero sentía
que había perdido algo que nunca tuve realmente.
Cuando
le pregunté a mi padre sobre el dichoso pueblo, abrió los ojos y sólo atinó a
preguntarme que dónde había escuchado ese nombre. No sabía por qué, pero había
evitado decirle del hombre, de esa sombra… Como si sólo yo tuviera derecho
sobre ese conocimiento, mi padre me miró y después dijo con esa cara que yo
conocía bien, con esa cara repleta de mentiras, tan parecida a la mía. “Es un
lugar lejano y sin nada que ver”.
Supe
que tal vez tenía razón en una de las dos cosas, tal vez estaba lejano, o tal
vez no había nada que ver en ese pueblo, pero para mí la curiosidad crecía,
tenía más ganas de verlo aunque fuera un rancho bicecletero, aunque fuera una
sola calle polvorienta, porque si lo veía, tal vez obtendría más respuestas,
pero así como supe eso, sabía que mi padre estaría en contra, que aquella
abuela de labios fruncidos también se opondría a que yo quisiera buscar algo
más sobre mí, algo sobre esa mujer que me había acompañado no como debía
haberlo hecho sino como ese tipo de leyenda que se cernía sobre ella.
Bajé
al sótano de mi casa, busqué entre los cachivaches viejos y oxidados, aquellos
olvidados por todos, aquellos que en alguna ocasión fueron parte de nuestra
vida diaria, aquellos que fueron importantes en algún punto. Pude observar esos
viejos experimentos de ciencias de la escuela ¿por qué mi padre no se había
desecho de eso? casi desde un instante eran trastes inservibles, ni siquiera
habían funcionado tan bien, pero allí estaban, como en una especie de museo
dedicado… a mí. Había prácticamente cada cosa que había tocado. Incluso los
zapatos que en su momento tiré a la basura, de alguna manera habían terminado
en esa bizarra exposición. Eso me hizo pensar que nunca había bajado a esa
parte de la casa.
Busqué
durante horas antes de encontrar algo que valiera la pena de ser visto, a mi
punto de vista, debíamos de tirar toda esa basura, que sólo estaba allí
ocupando espacio. Las cosas interesantes llegaron cuando localicé las cosas de
cuando era bebe. La vieja cuna que debí haber utilizado, los juguetes casi hechos
hilachas, y un polvoriento álbum de fotografías.
Lo
abrí cual si fuera un tesoro, viendo las imágenes amarillentas, casi
desvanecidas por los años y la humedad. En cada una de las fotografías podía
ver a mi madre riendo, de verdad había tenido una madre, alguien que me había
tomado entre sus brazos y quien lucía feliz. ¿Qué había pasado con ella? ¿cómo
alguien que parece tener la vida perfecta se quita la vida? ¿De verdad se había
quitado la vida?
Las
preguntas fueron acumulándose. Y yo seguí hojeando el álbum, las fotos
terminaban un poco antes de la boda de mis padres, aunque no veía fotos de una
boda formal, no se veía un vestido largo ni pompas o fanfarrias, ¿cómo alguien
que poseía prácticamente una mansión no había tenido dinero para una boda
decente? Además otra cosa me llamó la atención… no veía una sola foto con
alguien de la familia de mi madre.
La
última foto se estaba despegando, era de antes de casarse, había algo escrito
en la parte trasera. “Tlacocotlpan, donde el tiempo se detuvo y la felicidad
empezó”. La cara de mi madre en verdad se parecía a mí. Todos quienes me lo
habían dicho estaba en lo cierto. Sin embargo más que el parecido físico me
saltó el nombre, era el mismo que me había dicho ese hombre.
Algo
dentro de mí, comenzó a revolotear, era la idea de ir a ese lugar, de buscar
ese pueblo donde mi madre había crecido, donde el tiempo se detenía… donde su
felicidad había comenzado.
Podía
irme por mi cuenta, pero no quería hacerlo, sin embargo tampoco quería decirle
a mi padre que quería ir, hacerlo se sentía como algún tipo de deslealtad, al
mismo tiempo que era algo que quería seguir guardando en secreto.
Para
saber llegar, sino podía recurrir a mi padre tenía que hacerlo con ayuda de
alguien más, en mi mente sólo me vino esa cara que ya no me era tan
desconocida, esa cara de ese hombre, de esa sombra mía que hacía tiempo no
veía.
¿Había
alguna vez alguien buscado a su victimario? No que aquel hombre me hubiera
hecho algo que me considera una víctima, pero en cierta forma era mi
sentimiento. Pero ¿dónde buscarlo? Hasta
el momento los encuentros con él habían sido no creo que fortuitos, creo que él
me seguía… pero al parecer me seguía todo el tiempo, entonces ¿qué lo había
hecho hablarme en esas ocasiones? Acaso había algo en mí que le hacía bajar la
guardia. O mejor dicho… él no bajaba la guardia, sino que hacía algún tipo de
ataque directo.
¿Cómo
se busca una aguja en un pajar? ¿Cómo se encuentra a alguien que quiere estar
escondido?
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