domingo, 27 de octubre de 2013



Las alas de la libélula
Capítulo 10.Viaje



Iba a camino a Tlacocotlpan, mientras manejaba por la carretera cubierta de un verde húmedo, pensaba en que había sido muy oportuno el viaje de mis “amigos” a Mazamitla, ellos me habían invitado, pero yo había declinado la tan efusiva invitación, ellos me pedían muchas veces que los acompañara, lo hacían, a veces con demasiada insistencia. 

“Es que si vas con nosotros, todo nos irá bien”… me decían, como si con decirme eso pudieran convencerme mucho más fácil, lo que no sabían es que eso era contraproducente, ya que tenía un efecto desagradable para mí.

Lo Odiaba, odiaba eso, odiaba ese continúo acercamiento hacia mi persona. ¿Por qué se me acercaban? ¿acaso era porque todo salía bien? ¿acaso era yo algún tipo de amuleto de la suerte? A diferencia de lo que los demás podrían pensar, yo creía que no era así, ¿de qué otra manera podía explicarme el estar sola y nunca haber tan siquiera recibido un beso? Así sucedía, las mujeres se me acercaban, muchas con un objetivo en específico, Sí… todas parecía obtener novios estando cerca de mí, pero yo… yo siempre había permanecido sola. Y tanta cercanía de parte de todas ellas me hacía sentirme un poco usada. Los hombres… ellos me buscaban para también obtener novias, o porque decían que estando cerca de mí conseguían mejores calificaciones, mejores empleos, mejores tratos con sus padres. Pero ninguno de ellos parecía tener intención romántica conmigo. Eso lo odiaba aún más… en parte porque me hacía pensar en cuantos de todos esos que me seguían tenía esa misma sensación. Cuando eso pasaba, casi podía imaginar a mis “amigas” diciendo “inviten a Sofía, así todo saldrá bien” o un “hay que hacerse amiga a Sofía, si lo haces la fortuna te favorecerá” ¡Rayos!, eso sonaba a infomercial de medianoche, como si yo fuera algún tipo de producto para comprar.

Suspiré, tal vez no era sólo los “amigos”, los vecinos y demás personas que se acercaban a mi padre, que por cierto en los últimos años habían ido en crescendo, yo no quería creer así, pero lo más seguro es que pensaran de la misma manera. Era raro, no que no me hubiera dado cuenta nunca antes de esa situación, pero ahora hacía mella en mí, a pesar de tener tantos “amigos”, me sentía sola, tan sola como alguien en medio de una multitud podía sentirse. Y en ese momento en que necesitaba de alguna mano amiga, de alguien que me auxiliara, la soledad había quedado palpable, esa gente quería sacar algo de mí y yo no podía sacar ni siquiera simpatía, toda la situación era triste, era desolador… esa era mi vida.

Por eso no me había sentido culpable al ponerlos como coartada delante de mi padre, y había tomado todas las precauciones para que mi padre no sospechara. Fui lo suficientemente cuidadosa para no dejar huellas en el sótano. Sólo en caso de que a él se le ocurriera revisar por allí, sabía que él no bajaba allí por obvias razones, la sola memoria de mi madre parecía pesar más que una roca sobre su cabeza, prefería escuchar las palabras de la abuela, y mantener las falsas sonrisas con los vecinos que afrontar esa realidad que él suponía yo desconocía.

Tal vez por mucho tiempo logró mantenerme con mentiras, con esa verdad a medias, con ese eufemismo de realidad, para que yo mantuviera un recuerdo falso, un origen digno de una chica perseguida como faro en medio de una noche tormentosa, de alguien que era “la representación viva de la buena fortuna”, a alguien que más bien era merecedora de la más profunda conmiseración.

Manejaba, envuelta en todos esos pensamientos, por esa carretera repleta de curvas, de giros y ese bosque que parecía meterse por los ojos para no querer salir más. Rogando a mis adentros no haber perdido el camino que me llevaría a aquel pueblo, a aquel lugar en el que estaba registrada las placas de la camioneta que había pegado y escapado. De esa camioneta a nombre de ella, de la que por nombre era mi madre. Llevaba ese pensamiento arrastrando a lo largo del camino “tal vez ella estaba viva”, todo podía esperar, tantas mentiras, tantas verdades a medias, tantos secretos…

Conduje, diez kilómetros más en medio de la espesura verde que cubría en forma de arco la única vía que llevaba a ese pueblo, que parecía tan alejado como la presencia de mi madre en mi vida.

Según mi GPS ya estaba dentro del pueblo, lo cual era estúpido, ya que no había ningún pueblo allí, sólo la carretera que seguía y seguía. Me detuve un momento a la orilla, a unos centímetros del barranco que se extendía en vertical por más de un kilómetro. Miré mi teléfono celular, la señal se había extraviado, comprendí que el navegador no funcionara tampoco, en aquel barranco cerca de la cima de aquella montaña parecía no llegaba servicio satelital o de ningún otro. Pensé varios segundos si continuar por el camino que ya había tomado o en si regresarme.

Delante de mí tenía la incertidumbre, pero quizá si era ese amuleto de buena suerte que todos clamaba lograría encontrarme con la realidad, atrás sólo quedaba ese saco lleno de mentiras, de falsedades, suspiré, la decisión era fácil, pero aun así ese temor me trepo por las piernas y se instaló cerca de mi corazón haciéndolo palpitar más aprisa de lo normal. Subí de nuevo a la camioneta, pensando en los pasos a seguir una vez que entrara al pueblo.

Iba tan ensimismada en mis pensamientos que no vi ese bache a mitad del camino, un golpe una pequeña explosión que enseguida asocié con una de las llanta, un rechinido del freno y el resto de las llantas, la visión de la barranca delante de mí, el cinturón de seguridad comprimiéndome contra el asiento, y mis manos aferrándose al volante. Algo menos de un segundo pasó, sintiendo esa parálisis en mi cuerpo lo que me hizo pensar que quizá jamás llegaría a mi destino

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