domingo, 3 de noviembre de 2013

Capítulo 11 "Tú"



Foto de http://elcuadernodemibitacora.blogspot.mx/


- ¡Mariana! - se escuchó el grito de una niña entre las sombras de la madrugada. De su boca salía vapor, el ambiente estaba helado y ella corría hacia una cabaña en medio del bosque de pinos - ¡Mariana!

Mariana se desperezó entre sus cobijas de lana. Estaba envuelta como capullo, segura y cálida dentro de su cama. Estiró los brazos y las piernas, el vaho de su bostezo creo la sensación de que dentro de la niña había un líquido caliente. 

- ¿Qué quieres? - gritó mariana, poniéndose los zapatos. Afuera se escuchó como corrían a acercarse a la cabaña, los pasos tronaban las ramitas dispersas por la tierra. Una cara se asomó por la ventana. 

- ¡Hoy es el día! Apresúrate o llegaremos tarde - La niña golpeó los maderos en señal de apuración. 

- ¿Ya amaneció? - intentó quitarse las heladas lagañas. 

- ¡Serás tonta! Claro que no. Ándale que si llegamos tarde nos van a castigar.


Mariana y su amiga caminaron el trayecto agarradas de la mano. Entre las sombras de los árboles y la humedad lacerante, sus cuerpos se perdían entre su plática infantil y la oscuridad del bosque. La amiga habló, su voz resonó como el chillido de un cachorro de lobo. 

- Toda la noche cantaron enfrente a las fogatas. Dicen que todo el pueblo irá. 

- No todos pueden ir - replicó Mariana. 

- Tienen que ir. Además, vengo de espiar a los adultos en el prado y estaban casi todos. Vi a los Gutierrez, a los Anaya, aunque faltaba el que es profesor de español, Mauricio creo que se llama. También estaban los Gonzalez y esa familia que no tiene apellido. 

- Ya cállate. Ye entendí que van todos. 

- ¿No estás emocionada?

Mariana se detuvo de pronto y su amiga tuvo que frenar en seco. La luna se filtraba en el fondo del bosque, como ausente, su luz acariciaba solo el borde de los pinos y le daba a sus hojas el perfil de agujas. Mariana respiró agitada el vapor de sus entrañas. Sentía como el frío se le metía por los poros de su piel, acariciaba en interior de su nariz y se arrastraba como lagartija debajo de su garganta. En el silencio se escuchaban ya las voces de los adultos, estaban cerca del prado. 

- ¿Y si me eligen a mi? - dijo Mariana casi sin voz. 

- ¡Qué emoción! Serás la princesa del pueblo, la reina del bosque. 

Mariana jaloneó a su amiga, se dirigieron al prado, en silencio total. 



La luz del sol se filtraba entre los cientos de agujas de pino. Los adultos estaban cantando cada vez con más fuerza, y uno, daba saltos extraños en torno a una selecto grupo de niñas. Entre ellas Mariana y su amiga veían como el adulto que bailaba de manera tan extraña, mantenía unidas sus manos haciendo "casita" como ocultando algo. Mariana observó, ya con algo de luz, a todos los que estaban en rededor. Parecía todo el pueblo, inclusive el niño extraño que le encantaba romper cuellos de gallinas estaba allí. Los cantos cesaron de pronto y el hombre que bailaba habló. 

- Niñas... sepárense - Lo hicieron, cada una a un metro de distancia, salpicadas por el prado. 

El hombre se hincó y las niñas no supieron si el tronido que hizo al hacerlo, vino de sus huesos cansados o del bosque. El hombre abrió las manos y reveló una libélula enorme de color azul zafiro. El insecto batió las alas y se acarició los ojos. Voló en rededor de las niñas que sintieron el escrutador análisis de la libélula. De repente se posó en la cara de la amiga de Mariana. El hombre sonrió, extasiado. 

- ¡Niña, niña! ven acércate. - La amiga de Mariana era una sonrisa de alas y patas azul de piedra preciosa. - Niña, dile a la libélula tu nombre, díselo y tuyo será el don. 

La amiga de Mariana se sentó en el piso, sobre sus talones. Puso sus manos en actitud de recibir algo, la libélula se posó allí y se miraron; insecto y niña en una comunión que solo el bosque pudo llegar a entender en su totalidad. Entonces la pequeña se acercó al insecto a la boca, y como si un secreto se tratara le dijo. 

- Me llamo Ana.




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