La anciana Leonila y su sobrina
Antonia, una joven bellísima e inocente, llegan un día a la iglesia de la orden
monacal de los capuchinos en Madrid. Al ver la
belleza de Antonia, dos caballeros les ceden sus asientos. Uno de ellos,
Lorenzo de Medina, se ofrece a la joven para servirla durante su estancia en la
capital, a donde ambas mujeres acaban de llegar para pedir a Raimundo, conde de
Las Cisternas, heredero del recientemente fallecido marqués de Las Cisternas,
abuelo de Antonia, que le renueve la pensión que el difunto le había asignado a
su madre, hija de un zapatero cordobés que se había casado a escondidas con el
hijo del marqués. Muerto el hijo, el marqués asignó dicha pensión a la madre de
Antonia a condición de no volver a oír hablar de ellas. Lorenzo, que conoce a
Raimundo, se compromete a abogar en su favor ante él.
Ambrosio, prior del monasterio, conocido como El Hombre Santo, y
admirado por su elocuencia, va a dar un sermón, motivo por el cual el lugar
está abarrotado. El prior, que siendo niño fue abandonado en la puerta de la
abadía, se dedicó desde joven al estudio y a la mortificación de la carne.
Ahora, a sus 30 años, abandona su reclusión únicamente para dar sermones en la
iglesia. Antonia queda fascinada al verlo y oírlo, no así Leonila, a la que no
le gusta su aspecto de serenidad. Cuando ambas mujeres se marchan, Lorenzo le
dice a su amigo, don Cristóbal, conde de Osorio, que algún día se casará con
Antonia. Ambos amigos se despiden y Lorenzo queda solo en la iglesia pensando
en su amada, y quédase así dormido. Sueña con la boda, que es interrumpida por
un ser monstruoso que intenta raptar infructuosamente a la novia, que cual
ángel alado asciende hacia el techo abierto de la iglesia. Al despertar,
observa a un hombre embozado en su capa que deposita una carta al pie de una
estatua. Al salir, Lorenzo vuelve a encontrarse con su amigo, quien le dice
que, gracias a la portera, amiga suya, verán pasar sin velos a la abadesa de
Santa Clara y a su séquito de monjas, que, aprovechando la oscuridad nocturna,
vienen a la abadía a ser confesadas por Ambrosio antes de que éste se recluya
de nuevo. Una de las monjas recoge con sigilo la carta dejada por el misterioso
desconocido, y al hacerlo, Lorenzo, oculto junto a su amigo, reconoce en ella a
su hermana Inés, a quien habría ido a visitar al convento ese día si no se hubiese
quedado dormido. Cuando las monjas terminan de pasar por el recinto, Lorenzo,
airado, corre al encuentro del desconocido que, tras permanecer oculto, se
dispone a abandonar la iglesia. Se entabla una reyerta con espadas, a la que
don Cristóbal pone fin. Se descubre entonces que el embozado es Ramón de Las
Cisternas, que promete contarles las razones de este proceder. Por su parte, al
regresar a la hospedería, Leonela y Antonia se cruzan con una gitana que les
lee las manos. A Leonila le dice que asuma su edad y olvide amores imposibles
(ésta habíase sentido atraída por don Cristóbal) y a Antonia le dice que su fin
está cerca y que desconfíe de alguien que ante ella se mostrará amable.
Tras el sermón, Ambrosio regresa a su celda, sintiéndose
superior a los que le rodean. Fascinado por un retrato de la Virgen, cree ser
inmune a la tentación de la carne. Rosario, un novicio misterioso, con la cara
siempre oculta por la capucha, es el único que le merece aprecio. Ya en el
confesionario, tras confesar a varias monjas de Santa Clara, le toca el turno a
Inés, a la cual se le cae la carta y el prior la recoge, leyéndola para horror
de Inés. Descubre así que ésta piensa fugarse con su amante y que está
embarazada. Ambrosio, sin un ápice de compasión, entrega la misiva a la
superiora, que promete ser estricta con Inés. Para olvidar el incidente, el
prior baja al jardín de la abadía. Allí, en la ermita, encuentra a Rosario, que
le confiesa su deseo de ser ermitaño, disuadiéndole Ambrosio de tal intención.
Rosario le cuenta que tuvo una hermana, Matilde, que se enamoró de un tal
Julián, que la rechazó por estar ya comprometido, y ella murió por ello.
Entonces, Rosario le revela su secreto: él es Matilde y Julián es Ambrosio.
Ella, desdeñando a los numerosos pretendientes, pues es rica, por encontrarlos
intelectualmente inferiores, vio, oyó y se enamoró de él cuando dio su primer
sermón. Lo ama por sus virtudes, con un amor puro. Nada desea sino estar a su
lado. Pero Ambrosio no acepta tal situación. Matilde saca una daga y amenaza
con matarse si la delata. Ante esta amenaza, y ante la visión a medias de sus
pechos, donde amenaza clavarse la daga, el prior acepta que se quede. Pero al
día siguiente, tras sueños turbadores, temeroso de no resistir la tentación,
vuelve a pedirle que se marche. Ella acaba aceptando. Le dice que se recluirá
en un convento para siempre. Sólo le pide que de vez en cuando piense en ella,
así como una rosa de un rosal cercano para llevarla siempre consigo. Al coger
la flor, Ambrosio es mordido por una serpiente venenosa. Cae desmayado. El
cirujano de la abadía le da sólo tres días de vida. Pero milagrosamente la
herida desaparece y Ambrosio sana. Ya a solas, Matilde, creyéndole dormido, le
vuelve a hablar de su amor puro por él, y al descubrir que está despierto, se
sobresalta, lo que provoca que la capucha caiga hacia atrás. El prior ve
admirado su rostro, idéntico al de la Virgen del retrato. Éste es en realidad
su propio retrato, que ella hizo llegar hasta él. Ambrosio le da tres días de
plazo para que se marche. Luego piensa que es mejor vencer la tentación que
evitarla, y permite que se quede. Pero Matilde cae enferma. Le revela que la
causa es que succionó con sus labios cuando él dormía el veneno de la herida
que le provocó la serpiente. También le dice que si viviera, no podría reprimir
su cada vez más intenso deseo carnal hacia él. En este momento, él flaquea, y
ambos se abrazan y besan.
Siendo la novela gótica un género
literario estrechamente relacionado con el terror, precursor de la novela de
terror actual; podemos notar en El monje un claro ejemplo del género.
Las características principales son su ambientación romántica: paisajes
sombríos, bosques tenebrosos, ruinas medievales y castillos con sótanos,
criptas y pasadizos llenos de fantasmas;
personajes extraños, grandes peligros y jóvenes inocentes en apuros, además de
elementos sobrenaturales. Nuevamente, la
novela de Matthew Lewis cuenta con todas las características; así que no
pueden dejar de leer El monje en este
mes de monstruos y brujas, un clásico imperdible.
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