Durante
mi niñez me atrevo a decir que rayábamos en la pobreza, aunque mi mamá hacía lo
posible por encontrar actividades no tan caras y que fueran atractivas para mis
hermanos y para mí, la mayor parte del tiempo nos la pasábamos encerrados. Porque
además a mi madre nunca le gustó que saliéramos a jugar a la calle.
Podrá
parecerles que fue una niñez aburrida, pero de hecho fue muy divertida. En
especial porque nunca sentimos la necesidad de salir para entretenernos. Esto
fue en gran medida porque siempre tuvimos libros a nuestra disposición.
En
mi casa fuimos lectores tempranos, en cuanto podíamos leer, recurrimos a los
numerosos libros que mis padres habían acumulado a lo largo de sus años,
algunos heredados, otros eran nuevas adquisiciones y también estaban los regalos
tanto para ellos como para nosotros.
Recuerdo
haber comprado mi primer libro (con dinero ahorrado de mis domingos) a la edad
de 8 años, además de que cada semana, mi padre nos compraba historietas, que
iban desde las de súper héroes hasta “La pequeña Lulú” y “Condorito”.
Leer
hizo que nos abriera la imaginación, era difícil que en la casa hubiera
aburrimiento, lo que no se le ocurría a uno, se le ocurría a otro. Y muchas
veces, terminábamos jugando a las cosas más extravagantes y absurdas. Hizo que
no fuera necesario estar siempre al aire libre para poder disfrutar.
Hoy día,
que estamos por llegar a un año de encierro debido a la pandemia, he visto y
escuchado por todos lados lo mucho que se estresan los niños, los padres que
desean salir de sus casas, lo aburrido que es estar en casa. Comienzo a pensar
que algo hemos hecho mal.
¿Cómo
es posible que en un momento en que la tecnología nos está permitiendo estar
conectados con la gente que queremos e incluso recibir educación a distancia de
pie a estar en esta desesperación? Cuando era niña eran pocos los canales de
televisión, ni siquiera hablar de plataformas de streaming, y repito, no
recuerdo haber estado aburrida.
La
lectura fue la razón por la cual nunca nos aburrimos, no sólo despertó nuestra
imaginación, nos hizo viajar, emocionarnos, sentir que conocíamos lugares
fantásticos, que las aventuras de los protagonistas de los libros eran nuestras
propias aventuras, de allí surgieron cientos de juegos donde nuestros muñecos
de peluche iban en expediciones parecidas a las de los libros de Julio Verne o
Emilio Salgari. Grabamos radionovelas con historias tan desgarradoras como las
de Charles Dickens, o jugábamos a cosas locas que habrían jurado que habían
salido de los libros de Mark Twain.
Si
bien es cierto que los lugares públicos se han vuelto riesgo, cines, teatros,
salones de juego, incluso escuelas y oficinas. Y nuestra capacidad de elección
se ha visto disminuida, y vivimos en un mundo lleno de temor. Es una mayor
razón para comenzar a leer porque cuando el mundo se cierra no hay mejor ruta
de escape que una buena historia que te atrape en las primeras páginas.
No
debemos despreciar el valor de los libros, ya que son una ventana no sólo a
otros lugares, sino a otras vidas, a otros mundos. Rompen la rutina, porque,
aunque leas a la misma hora en el mismo sillón de siempre, las historias son
las que hacen que el momento sea distinto; puedes llorar, reír o enojarte;
puedes estar en Inglaterra, China, Marte o un mundo mágico; puedes ser parte de
una cruzada, de una expedición, de un complot para acabar el mundo; puedes
vivir hace mil años, hace un siglo, o en el futuro; puedes estar en el lugar de
tus sueños o en el que alberga tus más temidas pesadillas. Quien posee el hábito de la lectura y tiene a
la mano un libro, jamás estará realmente encerrado.
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