CAPÍTULO 8
CONTINUACIÓN…
El celular parecía tener vida propia, como si se
agitara en agónicas vibraciones a punto de expirar; podía sentir sus bordes
metalizados por encima de la mezclilla, con la cual estaba fabricado mi bolso.
Podía sentirlo ahí dentro, guardado en la pequeña bolsa con cierre y forro
boleado; podía sentirlo llamándome, como un poseso, insistente, demasiado
insistente. Cerré los ojos y dejé que el sol crepuscular pintara en tonos
rojizos mi rostro. Recargué mi cabeza contra el cristal de la ventanilla del
autobús, evadiéndome. Ansiaba que ese día llegara a su fin, quizá lo necesitaba
más de lo que pensaba en aquellos momentos, medio adormilada en el constante
frenar y arrancar del camión.
Tenía
miedo, no sabía exactamente debido a qué, pero no podía seguir negándomelo; era
un miedo creciente, como la luna en el cielo de aquellos últimos días del año,
creciente entre la luz y la oscuridad, cubierta de frío y neblina. Uno de esos
miedos que las personas envuelven en presentimientos.
¿Quién
soy? ¿De dónde vengo? ¿A qué le temo? Demasiadas preguntas, porque a últimas
fechas, mi existencia parecía destina a ese constante torbellino de
interrogantes. Un torbellino que un día había pasado frente a mi casa,
arrastrándome al corazón mismo de su furia, arrancado trozo a trozo la cómoda
piel que revestía mi existencia. No tenía otra salida, hacerme de una nueva
piel, una libre de semejantes cuestionamientos.
Cuando
llegué a casa corrí hasta mi habitación, debí subir las escaleras de tres en
tres y apresurar mis pasos a través del corredor. Apenas cerré la puerta saqué
el celular, lo deposité sobre mi tocador, bajo la sombra de mi propio reflejo.
Desde el cuarto de mi papá me llegaban las noticias de las ocho, la voz que
noche tras noche presagiaba terribles males para el país, como si uno
necesitara que revelara semejantes estupideces.
-¡Hazlo!
– le dije a mi reflejo - ¡Mira esa foto! ¡Con un carajo, hazlo ya!
Las
manos me temblaban con la misma fuerza que mis brazos y mis piernas. Jalé aire
hasta mis pulmones, llenándome de un aire helado, soltando un suspiro. Mis
dedos se movieron sobre la pantalla del celular, procuré no pensar, solo
dejarme llevar guiada por mi instinto. La foto apareció ante mis ojos… No,
aquello no era una pesadilla, no dormía ni soñaba… Ahí estaban las placas. Me
derrumbé entonces sobre el colchón, sin
atreverme a soltar el celular con la condenada fotografía llenando la pantalla.
-¡Hazlo!
– le repetí a mi reflejo aún en la ovalada forma del espejo de mi habitación -
¡Necesitas saber quién es el dueño de esa vieja pick up! ¡Acéptalo, lo
necesitas son urgencia!
Lo
supe en aquel momento, no había marcha atrás, ni siquiera con aquel miedo
creciente invadiéndome el cuerpo.
No dormí, y tampoco intenté
hacerlo, porque sabía que sería inútil. En mi mente reviví una y otra y una
docena de veces más la misma escena, como si estuviera buscando algún detalle,
algo que se me hubiera pasado detectar; después tomé una libreta y anoté algunas
palabras sueltas: Tlacotalpan, alas de
libélula, mamá, muerte, asesinato, pasado, sombra, por último escribí de
arriba hacia abajo las placas de la camioneta.
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