Las
alas de la libélula
Capítulo
22.Ana
Camino
de un lado para otro, he confirmado lo que sucede con Sofía, ¿cuánto tiempo
podré permanecer allí? Ella está allí mirándome con esos dulces ojos, pero que
se son mi sentencia de muerte, y como los amo, los odio.
Tendré
que irme, lo sé, no quiero pensar en ello, me levanto en las noches, no puedo
dormir, ¿cuánto tiempo se puede vivir sin dormir? Creo que leí en algún lado
que no se puede durar más de diez días seguidos sin hacerlo antes de volverse
loco. ¿Estaré loca ya? Tal vez toda mi vida lo he estado…
La
cuna de Sofía está a mi lado, la miro, una y otra vez, en medio de la luz de la
luna es más evidente el cambio, puedo verlas, siguen creciendo, las mías
parecen más débiles, eso me había dicho la abuela, no puede haber dos. No es
que sea como un panal de abejas, donde sólo una reina puede existir, sólo es
eso, las alas toman el poder de otras alas. En algún momento seré inservible,
eso quiere decir sólo una cosa….
Miro
por las ventanas en todo momento, Richard me ve con esa preocupación pintada en
el rostro, quisiera que no fuera así, pero nada puedo hacer para evitar mi
estado, me siento nerviosa, puedo sentir los ojos de todos sobre mí, ¿es eso la
paranoia? No he visto a nadie del pueblo, espero que así continúe.
No
puedo decirle a Richard, él no sabe lo que ocurre, si se lo digo, será el
primero en llevarse a Sofía lejos de mí, y aunque sé que eso sería lo más
prudente no puedo, no quiero permitírselo, quiero disfrutar hasta el último
momento que tenga a su lado.
Oigo
latir su corazón, eso quiere decir que se hace más fuerte, en los últimos tres
días se ha hecho más poderosa y yo me he debilitado, ayer que fui al mercado vi
una camioneta extraña, puedo presentir que son ellos, ¿y si son? Tal vez con
las pocas fuerzas que me quedan logre despistarlos.
Sirvo
la cena, será el último día con mi familia, veo a Richard y quiero llorar, han
sido unos años maravillosos, me hizo olvidar por un tiempo ese destino cruel
con el que alguna vez fui marcada, todos lo veían como una bendición, pero
desde un principio supe que era más una maldición. Y por hacerme olvidar que
estoy maldita, quiero llorar de agradecimiento, quiero decirle lo feliz que me
hizo, pero si doy cualquier indicio de lo que haré, él podría darse cuenta, y
si lo hace, podría detenerme, una palabra suya y flaquearé, así que tengo que
ser fuerte, tengo que serlo por Sofía.
Terminamos
de cenar, y voy a dormir a la bebé, la sostengo en mis brazos, la beso, no
volveré a verla después de esa noche ¿me recordará cuando tenga mi edad? ¿sabrá
del sacrificio que haré por ella? ¿Richard le cultivará amor hacia mí o la hará
odiarme? Las preguntas inundan mis pensamientos y unas lágrimas recorren mis
mejillas.
Salgo
de su habitación y me voy hacía la recámara que comparto con Richard, allí está
él, leyendo un libro bajo la luz de la lámpara de la mesa de noche. Yo no me
detengo, voy hasta el baño, veo mi reflejo, la imagen que me devuelve el espejo
no me agrada, he perdido mucho peso, la piel se pega casi a los huesos, parezco
enferma, tantos días sin dormir y sin comer me han dejado en esas condiciones.
Quería disfrutar una última noche con mi esposo, pero me siento sumamente
débil, no creo tampoco que a él le agrade una mujer que se ve así. Otras
lágrimas vuelven a surcar mi cara, en está ocasión son amargas.
Cuando
regreso al cuarto veo a Richard que se ha quedado dormido con el libro sobre su
pecho, lo pongo en la mesilla, y me acuesto a su lado, no puedo conciliar el
sueño, lo veo como su respiración es pausada y tranquilizante, me da un poco de
envidia la calma que está dibujada en su semblante, sonrío, lo miro durante
largo rato y vuelvo a llorar, es mi despedida, no volveré a verlo, mi vida allí
se ha acabado, y ahora lo que quiero es protegerlos, a él, a mi hija, a mi
Sofía, ella sabrá entenderlo, al menos eso quiero creer.
Me
levanto de la cama, trato de no hacer ruido, salgo de allí y voy a ver a Sofía
una vez más antes de irme. Igual a su padre, la tranquilidad se posa sobre
ella.
–¡Adiós!
–murmuro.
Salgo
de la casa, y camino dos cuadras, llego al parque pensando hacia dónde ir, me
siento unos minutos pero después decido irme de allí, camino nuevamente,
primero lento, pero entonces veo la camioneta, trato de correr… no servirá de
nada lo sé, lo presiento, al salir de mi casa he sellado mi destino… quiero
escapar, pero siento como alguien me sujeta… ¡Adiós Sofía!
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