Ejercicios de
escritura.
Estando en los talleres de SOGEM te enseñan muchas
cosas, una de las principales es que aprendas a dominar las palabras, nunca
dejar que las palabras sean las que nos dominen. El idioma español cuenta con
una gran gama de adjetivos y de sinónimos, podemos hablar de forma florida o de
forma árida.
En uno de los ejercicios la maestra nos pidió dar diez
palabras que nos gustaran y diez que no nos gustaran, no por su significado
sino por la melodía de la palabra en sí, es decir por la manera en que suena.
Ese listado de palabras las pasaba a otro compañero
para que con ellas creara historias, las que no gustaban para escribir una
historia de amor y las diez que gustaban para una historia de miedo o terror.
A continuación les dejó mi texto de terror.
El oro del
monte.
Por Alejandra
Maraveles
Era el sitio correcto de acuerdo a la fotografía que Pablo
sostenía en sus manos. Estaban muy lejos del pueblo, a mitad de esa noche de
luna nueva, la única luz que se veía provenía de una luciérnaga que se había
extraviado camino a su casa. El viento aullaba al pasar dejando un ambiente
frío y lúgubre.
“¿Estás seguro
de esto?” dijo Tobías, el otro de los dos amigos que se habían embarcado en
semejante expedición. “Esto es lo difícil” respondió Pablo, “mañana
regresaremos millonarios”. Pablo tomó el mango de la pala y comenzó a excavar, Tobías
había prendido una linterna que lo alumbraba tenuemente. De pronto el metal de
la pala tocó algo duro. “Parece una puerta” dijo Tobías que sostenía la
lámpara. Dándose prisa Pablo buscó una
bisagra y palpando con la mano encontró una aldaba que jaló. Una nube de polvo
se esparció en el aire. “Se ve profundo”
observó Pablo “¿Realmente vamos a entrar allí?” Tobías sonrió. “Yo
entraré” dijo Pablo mientras se amarraba una cuerda a la cintura “quédate aquí
mientras yo lo hago, y estate atento no quiero que me vayas a soltar”.
El muchacho comprobó al nudo de la soga y esperó a que
entrara al agujero que había en el piso, la cuerda fue jalándose poco a poco, y
él la sostenía con fuerza. La linterna con que había bajado Pablo ya solo le
alcanzaba un resplandor azuloso, pero ver ese reflejo y la cuerda que seguía corriendo
por sus manos indicaba que su amigo seguía bajando. De repente el movimiento
cesó. “¿Estás bien?” gritó desde afuera Tobías. Un débil “sí” se alcanzó a
escuchar “hay montañas de oro”. Tobías sonrió al escuchar eso. El nudo que
había traído en su estómago se le había soltado un poco. No había comido nada
pero recordó la mitad de un chocolate que llevaba en la bolsa de la chamarra. Lo
comió con avidez; hizo un puño con la envoltura y lo aventó lejos. Su amigo ya llevaba varios
minutos abajo, el nerviosismo se volvió a apoderar de él. Sacó un cigarrillo,
comenzó a fumarlo. Al dar la primera bocanada se imaginó lo que harían con
tanto dinero. Podría lucirse coqueto
frente a las chicas en un automóvil nuevo, o mejor aún con una gran casa como las que sacaban en la
televisión. Llevaba varios minutos soñando cuando despertó de sus
elucubraciones al escuchar un grito ahogado.
Se acercó a la boca del agujero y
sólo pudo percatarse de un ligero susurro que provenía de abajo. Entonces
sintió que la cuerda comenzaba a jalarse. Se deshizo del cigarro y cogió
fuertemente la soga, tiró de ella respirando rápidamente. Le estaba resultando
muy pesada la tarea, su amigo no le ayudaba
en nada. Por fin después de mucho esfuerzo alcanzó a ver la mano de Pablo. La
tomó y lo ayudó a salir. La linterna oscilaba de la cadena amarrada al
cinturón. La sostuvo y apuntó a la cara de su compañero. Su cara estaba más
pálida que el marfil, ojos muy abiertos y una expresión de horror en el
rostro. “¿Qué pasó?” quiso saber Tobías.
“”Un… un Charro… Un charro enorme” balbuceó. “¿Un charro? ¿de qué hablas?”
inquirió Tobías. “Era enorme” continuó Pablo
al tiempo que respiraba entrecortadamente “una pierna sobre una montaña de oro,
y sobre la otra montaña la otra, el charro, todo vestido de negro, pero sus
ojos, eran rojos, ¡Era el diablo!”. Tobías
no comprendía, pensaba que su amigo se había vuelto loco “Voy a bajar” le
indicó. “No” gritó con fuerza Pablo, “no, hay que irnos, el diablo está allá
abajo, ese dinero está maldito”.
Tobías levantó en brazos a su compañero que no dejaba
de temblar y corrió lo más aprisa que pudo hasta llegar con el doctor del
pueblo. Todos preguntaban lo sucedido. El pobre Pablo repetía lo mismo una y
otra vez, dos días después había dejado este mundo. Y el oro continuaría
encerrado en el monte, convirtiéndose en una leyenda más.
¿Pudieron
notar las palabras gustadas por mi compañero? Puedes dejar tus comentarios si
las lograste ubicar.
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