Debo confesar que en los peores momentos de mi vida he
sentido la incontenible necesidad de escribir. Me parece que es una especie de
asfixia, como si repentinamente el aire ya no alcanzara a llegar hasta los
pulmones, como si inhalar y exhalar ya no fuera posible, porque una fuerza
extraña te lo impide… Necesito escribir, grita
mi voz interior.
Es una acumulación de sensaciones y sentimientos que
buscan una válvula de escape. Es algo que nos sucede a todos, esa necesidad de expresarnos, de gritar y
rabiar porque algo nos está lacerando por dentro…
Dolor. Impotencia. Desesperanza. Soledad.
Algunas personas destapan una lata de cerveza, quizá
acuden a algún bar y beben hasta que consiguen acallar sus emociones; otras se
sientan frente a una enorme rebanada de pastel de chocolate, comen hasta
hartarse, y aún después lo siguen haciendo; unos cuantos optan por practicar
deportes extremos, para sentir esa descarga de adrenalina invadiendo sus
cuerpos. Métodos existen tantos como humanos en este universo. Nos expresamos o nos reprimimos de infinidad
de formas.
En mi muy particular caso, una hoja en blanco ha
resultado ser mi mejor confidente; en ella he vaciado, al ritmo del caer de una
lágrima, mi sentir respecto a las peores experiencias: duelos, abandonos,
despedidas, fracasos. Estoy segura que de haber querido hablarlo con alguien,
una amiga por ejemplo, o un familiar; no habría podido, ni una palabra habría
conseguido sacarme de la garganta.
Sentarme y escribir ha resultado ser una salvación,
sacarlo todo, aunque las frases sean una amorfosidad sin sentido. Después, con
los días, uno vuelve a ello, lees y relees aquella amorfosidad, comienzas a
quitar algunas palabras o párrafos enteros, agregas nuevas frases, creas otras
imágenes, te das cuenta que existe algún error ortográfico o gramatical, lo
corriges; en fin, pules y pules hasta que dicho texto resulta ser un cuento o
un poema, una novela en el mejor de los casos.
Decidir compartirlo o no viene después, al menos en mi
caso. Cuando la creación ha concluido, la página, antes en blanco, ahora está
repleta de palabras que forman bellas figuras literarias; entonces el momento
de soltarlo y dejarlo ir es irremediable. Ya no es tuyo, es del lector.
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