domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo 3

Muchos años antes a este día, mí papá me besó los ojos, me empujó más fuerte en el columpio y me dijo cuando el cabello voló acariciándome los oídos, que me parecía mucho a mi mamá.

-¿Y dónde está ella? –pregunté cuando descendía.
-En el cielo, te cuida Sofía –había dicho.
-¿Y va a venir algún día?
-Siempre que la necesites.

Cuando era pequeña no entendía esos aspectos, no entendía el esfuerzo de mi papá por mantener la casa con ruido, por dormir sentado en una silla velándome muchas noches, como si fuera a escapar. Lo entendí mucho después, cuando las conversaciones que no deben ser escuchadas me dieron las fichas del tablero, mi mamá se había ido de este mundo por voluntad propia, aún hay cosas que no entiendo, mi tablero siempre estará incompleto. Incapaz de compárame con la señora de las fotos que muchas veces me dio miedo, crecí algo torcida, nadie esperaba que lo hiciera derecha, nadie que lo hiciera cuerda, quizá la única que lo hacía, era yo.

-Te pareces a tu mamá –dijo mi papá esta mañana cuando me vio metida en el vestido nuevo que me regaló. ¿Era necesario recalcarlo cada vez que se me ocurría no alaciarme el cabello? ¿era necesario parecerme a ella? ¿se la recordaba en mis ojeras? ¿en mi forma de hablar? ¿en mi cabello que desacomodado?
-Gracias –había respondido con la cabeza clavada en el espejo, buscándome el defecto.
-¿Te veo a medio día?
-Sí, nos vemos en tu comida.
-No es mi comida, es una comida de aniversario.
-Lo sé, te veo más tarde.

Mi papá nunca se había vuelto a casar, Don Richard se hacía el fuerte, el invencible, quizá eso se lo envidiaba, que pudiera fingir estar bien, cuando estaba mal, y estar magnifico cuando estaba estable, y a mí, a mí se me notaba hasta que tenía una uña enterrada. Por eso había dejado de llevarme a las fiestas de su empresa, se me notaba en todos lados lo mucho que odiaba hacerla de su acompañante, que me presentara personas, que esas personas me dijeran que me parecía a Ana cuando yo no era ella.

Esta fiesta era diferente, había estado mucho tiempo pidiéndome que lo acompañara, era el aniversario veinte de su empresa, sabía que le entusiasmaba la mera idea de compartir esto conmigo. Hizo que me llevaran una invitación a la escuela, inclusive había escrito una carta para pedirme que aceptara acompañarlo, ¿cómo podía decirle que no? ¿cómo? ¿cuando la mayoría de los padres hubieran dicho, “vas y punto”? No me gustaban los vestidos, ni los tacones, ni los peinados, ni las fiestas, ni las respiraciones encerradas en un solo lugar, ni la música que tocaban allí, no me gustaba estrechar la mano y decir “un gusto en conocerlo señor nariz de pelota” y para ser más exactos, no me gustaba la gente mucho. Pero… él era mi padre, y sin duda alguna, él si me agradaba.

Tenía preparada una “sorpresa de relleno”, era lo que usaba para huir, le mandaba a hacer algo que sabía le encantaría, se lo dejaba en su bolsillo del pantalón, o en su portafolio dependiera el caso, y me escapaba.

Estacioné el carro en el centro comercial, comencé a sentir el tiempo encima cuando el tablero de la entrada marcó quince a las cuatro, después reí, parada frente a la tienda de relojes, “el tiempo es una forma absurda de medir las cosas que no tienen forma de medir…”.

-¿Si está listo? –pregunté dentro de la tienda.
-Nunca me retraso con un pedido –respondió el señor de cabellos blancos- Deja lo busco muchachita –dijo desapareciendo por una puerta.
Casi al instante otra persona entró a la tienda, no eran esas cosas que le interesan a alguien común, pero yo no era muy… normal, y el ruido de sus botas de cuero me comenzaron a perforar los oídos después del sexto paso.
-¿Puedo ayudarle en algo? –espeté a sabiendas que el dependiente tardaría un rato. Sus botas se detuvieron.
-¿Está don Claudio? –preguntó entornando los ojos.
-En un momento vuelve…
-¿Tú quién eres?
-Una amiga… -su vista se pegaba más a la mía, como queriendo encontrar algo en ella.
-Te pareces a alguien que conocí hace mucho tiempo –se excusó por la proximidad.
-Ya he escuchado esto antes… -mencioné sin muchos ánimos.
-Se llamaba Ana… -soltó con el ceño fruncido.
-No me suena.
-Sí, te estoy confundiendo, ella no tenía hijos.

Pasé saliva, ¿a qué iba todo eso?, lo cierto es que uno no se pone a contarle su árbol genealógico a desconocidos, ¿conocía a mi mamá? ¿de qué la conocía?

-Lo encontré –escuché la voz de don Claudio.
-Gracias, muchas gracias por hacerlo con tan poco tiempo –dije escondiendo lo extraña que me sentía.
-Vuelve pronto.

Cuando salí de la tienda apresuré el paso, escuché el sonido de las botas cerca de mí, seguí caminando hasta que llegué al carro.

Ya dentro de allí, me sentí más relajada, abrí la pequeña cajita roja, y saqué el reloj de bolsillo que había mandado a hacer para mi papá, tenía la leyenda escrita “el tiempo es una forma absurda de medir las cosas que no tienen forma de medir…”. Estaba bien hecho, en oro blanco, se abría al momento de activar el seguro, sabía que le encantaría. Encendí el carro y me dispuse a conducir hasta la fiesta antes de que mi papá me comenzara a llenar con sus llamadas. Era un buen padre, nunca había estado sola, nunca me faltó nada… todo estaba en su lugar con él, no se merecía comenzar solo su inauguración.

Metí el freno hasta dentro.

-¿Estás loco? –grité por la ventana. Un sujeto se me había cruzado por la calle.
-Lo siento –respondió el señor de las botas de cuero de la tienda.
-¿Estás bien?
-Estoy bien, una disculpa, es que me quedé mirándote un segundo, te pareces mucho a mi amiga.
-No la conozco –grité.


En ese momento subí el vidrio del carro, le eché el carro encima hasta que logré que se hiciera a un lado, y entonces si conduje, con el acelerador hasta el fondo, y el corazón palpitándome al mil. ¿Quién era ese tipo? 

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