Capítulo 5 "Cuello"
Rodrigo Caballes
"El Lince" se despertó antes de que la luz de la mañana se filtrara
por las acículas de los pinos. En su mente sonó la oración que lo acompañaría
hasta el día de su muerte; "agárralas por el cuello". El Lince, a sus
45 años de edad, era un experto rompe cuellos.
Su madre, Consuelo
Caballes, le hizo romper su primer cuello de gallina cuando él solo tenía cinco
años. Desde entonces, como fotografía que se repite todos los días, una gallina
retuerce sus últimas gotas de vida entre los dedos de un Rodrigo que se crió
alabando a la muerte que le daba de comer.
La muerte, era la
novia del Lince; se le metía entre las ropas cuando se limpiaba la sangre de
las manos, le susurraba palabras románticas justo antes de que el cuello de la
víctima tronara, le acariciaba zonas que lo hacían vibrar cuando la víctima
luchaba por su vida. La muerte era la novia del Lince, y llevaban una relación
que se extendía mas allá de la gallina sacrificada para el desayuno.
Horas después del
amanecer, cuando el lince ya se había sentado a desayunar su caldo de gallina
con verduras. Escuchó que alguien se acercaba, con la torpeza de las vacas en
el prado, escuchó las pisadas que rodeaban la casa hasta posicionarse cerca de
la ventana que él tenía enfrente. Mientras rompía huesos de gallina entre los
dientes, su novia se presentó en forma de una carta que entregó Mariel, una
joven pelirroja hija de uno de los cultivadores de papas. Le dejó la carta en
el alfeizar de la ventana. La chica, tocó con fuerza la madera, que se podría
lentamente, e hizo un mínimo contacto visual con el Lince.
Él la vio
marcharse, su cabello de cobre marcando su caminar, y entre sus dientes reventó
otro hueso de pollo. Leyó la carta, mientras se quitaba las fibras musculares
atrapadas entre sus muelas usando una astilla de hueso.
En la carta, el
alcalde en persona pedía intervención del Lince en un asunto de delicadísima
importancia. No siguió leyendo las palabras de alguien que nunca había roto un
cuello en su vida, de alguien que jamás había matado a su comida, de alguien
quien no hubiera besado a la muerte; se enfocó en la fotografía adjunta, en un
círculo rojo se mostraba la víctima. Examino a la persona que pronto tendría
entre las manos. Salió de su casa sin cerrar nada, sin siquiera lavar su plato
al cual se le comzaba a secar la grasa en los bordes.
Avanzó hacía su
camioneta destartalada, que se movía apenas por el mismo impulso de muerte que
hacía del Lince la persona que era.
"Agarralas por
el cuello" pensó, antes de encender el motor.
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