En esta ocasión quise compartir con todos nuestros
lectores del Libro Rojo, un cuento que escribí hace algún tiempo, y el cual es
muy especial para mí, pues lo escribí para compartirlo con mis alumnos de
preescolar. Fue uno de mis primeros cuentos infantiles. Espero que les guste y
lo disfruten, dejen sus comentarios para saber si les agrado la historia.
Papajalote
Erase una vez un pájaro añil, quien gustaba de echarse clavados en el
cielo vespertino;andar por ahí, nadando alrededor de las cinco o seis, justo
cuando el minutero y el segundero, jugaban carreritas por alcanzar a asomar sus
tiempos a través de la ventana, y contemplar al sol con gorro de dormir. Solía
traer sus plumas goteando ocres por las puntas, bordeando naranjas y perdiendo
rojizos. Con ellas a medio despeinar, atravesaba los días en alocados viajes.
Aunque claro, gustaba del calor que le proporcionaban los árboles del parque
central. Noche a noche, sin faltar ninguna, se agazapaba contra las enramadas,
y dormía tan placenteramente como sólo las aves pueden soñar. Sus silencios
nocturnos, estaban repletos de granos por picotear, algunos más dorados que
otros, pero todos igual de inflados, favor del buen temporal que había caído
sobre los trigales. Mención aparte merecen las ocasiones en que
el pájaro añil se soñaba cerquita del mar, sobrevolando los acantilados,
borrando la línea que impide juntar el agua del mar con el agua del cielo. Y
cuando el bullicioso parque le daba los buenos días, el pájaro añil se quedaba
un ratito acurrucado entre el verdor de la enramada, soñando un poco más el mar
que aún no conocía; pero del que tanto le habían contado sus amigas las aves.
Erase una vez una damita vestida de arlequín, con sus muchos rombos
arrancados del arco iris, cosidos y remendados a causa de tantos usos, todos
ellos asociados a juegos en la esquina del parque central y la fachada de su
casa. Solía emplear sus rizos sueltos, porque le entristecía mirar al viento
enojado por no poder revolver sus cabellos. Así cuando su mamá trenzaba el
ébano con el negro y lo ataba en un impecable moño, ella más tardaba en bajar
las escaleras que en liberarlos del listón y el rosa. Nuestra damita vestida de arlequín, reunía a
sus amigas en torno al pequeño lago artificial del parque, y jugabana fabricar
sus propias muñecas de trapo, de pétalos o de hierba fresca. Siempre había
buenos temas para conversar a las horas del té, y por supuesto, las invitadas
nunca faltaban con sus galletas de nuez o sus pasteles de chocolate. Y quién
sabe cómo, solían terminar mezclados en sus juegos, un par de princesas, mucho polvo de hadas y un
larguísimo camino amarillo. Antes de la primera estrella en el cielo, la damita
vestida de arlequín, regresaba a casa con sus brazos llenos de muñecas y
cansancio escurriéndole hasta por los dedos.
Erase una vez junto a un árbol del parque central, que una tarde de mayo,
el pájaro añil y la damita vestida de arlequín, se encontraron a resguardo del
calor bajo la sombra que proyectaba dicho árbol, cuyo nombre ambos desconocían.
Ella lo miró sorprendida por el azul encendido de su plumaje, porque antes no
había descubierto un pájaro semejante. Sintió entonces curiosidad por
escucharlo cantar, recordando que los canarios de mamá, solían hacerlo a
cualquier hora del día. Y tú cantas
pájaro quiso saber la damita, pero como desconocía el lenguaje de las aves,
prefirió quedarse callada y no cometer una bobada o soltar un insulto en lugar
de una pregunta. El pájaro añil voló una rama más abajo y abrió grande su pico
¿Tú conoces el mar niñita? Intentó
decirle yo quisiera ir volando hasta
allá, me han dicho que el sol es más brillante y el viento tiene sabor salado.
Sueño mucho con el oleaje del mar, creo que su sonido es tan hermoso que las
caracolas juegan a esconderlo dentro de ellas, supongo porque ellas no me lo
han confesado, que tienen algo de egoísmo y quieren solo para ellas el sonido
de las olas. Claro cuando se sienten abandonadas en las profundidades del
océano, lo escuchan una y otra vez hasta quedarse dormidas. Yo lo haría de
poder atrapar un pedazo de las olas del mar. Quizá un día de estos, los cálidos
o los fríos que todavía no llegan, encuentre la ruta que lleva hasta el océano.
Lo he buscado y buscado todos los días, y dicen que de tanto buscar, uno
encuentra. El mar es tan inmenso que al menos un trozo podré ver. ¿Tú conoces
el mar niñita? Volvió a preguntar el pájaro añil y se acercó más. Nuestra
damita vestida de arlequín, escuchó el canto más lindo que había disfrutado de
ave alguna, aunque lamentó que sonara tan melancólico. A lo mejor necesitaba de
su ayuda y ella que no atinaba a entender el lenguaje de las aves, todavía no
le enseñaban eso en la escuela. Así regresó a casa aquella tarde.La damita
vestida de arlequín, todas las tardes después de sus labores escolares,
continuó disfrutando de aquel canto. Se recostaba bajo la sombra del árbol cuyo
nombre le era desconocido, y cómo ella aún no aprendía el lenguaje de los
árboles, no podía preguntarle cuál era su nombre. Cerraba los ojos, porque
aquel constante trinar la invitaba a imaginar prados cubiertos de margaritas,
dunas de floreados cactus, pantanos de reptiles tomando el sol; cerraba los
ojos y el aroma de aquellos lugares se
le filtraba a través de sus
sentidos. ¿Tú conoces el mar niñita? Me
gustaría viajar un buen amanecer hasta el océano; me han dicho que existen aves
que en lugar de granos de trigo, comen pescados, los mismos que atrapan con sus
picos. Sin embargo, si he volado en
frescas mañanas hasta prados cubiertos de margaritas, esas flores de
centros soleados y pétalos de nubes. Ayer, ayer mismo visite un pantano, con
iguanas y lagartijas abarrotando las rocas salientes de las aguas; también
había cocodrilos, pero ellos no tenían ánimos de broncear su escamosa piel, y permanecieron
nadando. ¿Tú conoces el mar niñita?
Erase una vez que la damita vestida de arlequín, le pidió a su amigo el
pájaro añil, que la llevará con él a sus viajes a través de los cielos; y éste,
le pidió a ella que lo guiará hasta el mar, el mismo al que ella viaja en
vacaciones con su familia. Él trinaba, ella hablaba, él estimaba mucho a la
damita, la damita estimaba mucho a su amigo de un azul encendido. Él voló hasta
posarse en la mano de la niña, la niña sacó de su bolsillo el listón rosa de su
trenza. Él extendió sus alas dejándose poner el listón, ella ató la otra punta
alrededor de su muñeca. La damita vestida de arlequín comenzó a correr entre
los árboles del parque central, estos en
su lenguaje de árboles les desearon feliz viaje a los amigos, el pájaro
añil emprendió el vuelo. Ella le había
platicado a su amigo que los papalotes
siempre vuelan directo a tus sueños.
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