Capítulo 15 "Aplasta, mezcla, quema... repite"
Imagen de Devianart; Yggdrasil por Fulgurer. |
El hombre que estaba muerto volvió a morir. Una lluvia de libélulas cayó sobre él. Rompieron su ligera existencia de papel en miles de trozos, su carne se esparció por el suelo de cenizas, como una hojarasca llena de melancolía. Mi cuello dolía y aspiré el sabor de la tierra quemada. El centenar de libélulas hicieron el sonido seco de las gotas de lluvia, se posaron y comenzaron a subirse unas sobre de otras. Los montículos azules crecieron al ritmo de mi respiración de ceniza. Entonces, el sonido de las alas rompiéndose, el cascarón que es la piel de los insectos estalló y la masilla que fueron sus diminutos órganos comenzó a formar un cuerpo diferente. De todos los montículos nacieron niñas, decenas de niñas. Desnudas, diminutas, sus ojos brillaron como estrellas en ese cielo que era el piso negro y todas me miraron.
- Sofía - dijeron apuntándome - La última.
Una niña, de las más cercanas a donde yo estaba, se acercó con lentitud. Sus dedos infantiles me acariciaron el cuello y ella me dio un beso en la frente. Yo estaba sentada en el piso y ella tuvo que pararse de puntillas para colocar sus labios en mi piel.
- Sofía, mi niña - Dijo mientras acariciaba las lágrimas que caían sobre mis mejillas - Sofía, la última - todas las niñas repitieron eso. Sus voces eran el aleteo de las libélulas.
- ¿Ana? - Pregunté a la niña que no podía reconocer como mi madre, pero sí como la protagonista de tantas fotografías de cuando mi mamá era niña.
Sonrió. Invitó a las demás niñas a que se reunieran con nosotras. Todas ellas, tan pequeñas, sus ojos tan brillantes.
- ¿Estoy soñando? - Pregunté llena de inercia.
- Sofía no sueña, Sofía está muriendo - Dijo una pequeña que tenía cara de llamarse Valeria. Todas repitieron en un murmullo lo último. La que se parecía a las fotos de mi madre de chica, se acercó y me tomo de la mano.
- Sofía tiene que ir al árbol de la vida para despertar del sueño de muerte.
- ¿De qué están hablando? - Repuse dándome cuenta de que las conocía a todas ellas, a todas esas niñas que en mi vida había visto.
- Sofía está muriendo - Repitieron a coro. - Debe ir al árbol de la vida y despertar de este sueño de muerte.
Ana sostuvo mi mano mientras, una a una, las niñas me dieron un beso en la mejilla y me decían idénticas: "Sofía, la última"; cuando lo hacían comenzaron a convertirse en cenizas que caían en silencio. Ana fue la última en acercarse.
- Sofía, la última. Mi niña, no repitas. Sé la última - Me dio un beso en la mejilla - y antes de desaparecer señaló a la distancia. Reconocí el árbol enorme, aquel donde había perdido el conocimiento, Ana se convirtió en cenizas.
- ¡Mamá! ¡Mamá! No te mueras, necesito tu ayuda - grité mientras la niña se juntaba con el suelo quemado.
Escuché un sonido detrás de mi. La piel despedazada por la lluvia de libélulas comenzó a juntarse, a formar un rompecabezas y al ver que crecía más alto que la estatura de las niñas, pensé que sería Ana, mamá adulta, la Ana que me arrebataron. Entonces de las cenizas, la voz de la que sí era mi madre resonó en el páramo quemado.
- Sofía, mi niña. Corre
El rompecabezas se completó. Era el hombre y supe, que si me atrapaba, moriría.
Corrí.
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