Las
alas de la libélula
Capítulo
18.Secretos
Estaba
aterida, sentía que mis extremidades no me funcionaban de manera correcta, mis
manos se aferraron al volante de la camioneta, no había encendido el motor,
pero tenía que hacerlo, desaparecer de allí, lo más rápido que pudiera.
Encendí
el vehículo y emprendí la huida, pero no sabía bien hacía donde ir, yo sólo
conduje, sintiendo como el cabello empapado, la ropa llena de tierra y la
sangre que aún sentía brotar de uno de mis brazos estaban pegados a mí como mis
propios pensamientos, eran esos detalles los que me hacían saber que no había
sido una pesadilla, que no era un mal producto de mi imaginación, que realmente
alguien había tratado de asesinarme.
Conduje,
lo hice sin fijarme, como si una máquina lo hiciera, autómata y sin más dudas…
conduje queriendo liberarme de la mala experiencia de haber estado a punto de
morir en medio de la nada, conduje maldiciendo el momento en que pensé que ir
hasta ese pueblo era una buena idea, conduje queriendo sentir los brazos
cálidos y seguros de mi padre, conduje porque no me quedaba otra cosa que hacer…
No
noté que la gasolina se acababa, sólo hasta el momento en que la camioneta no
quiso avanzar más, entonces fue que vi el tablero, el reloj marcaba las 6 de la
tarde y una temperatura de 20 grados, y yo seguía entumida, con frío, pero ese
tipo de frío que no se va con cobijas y suéteres, sino esa sensación interna,
tenía frío en el alma.
Alcancé
a orillarme y quedarme allí, aún aferrada al volante, queriendo llorar el
dolor, eliminar lo helado de mi cuerpo con las lágrimas, pero sucedía algo
dentro de mí que me impedía hacerlo. Entonces alguien tocó a la ventanilla,
giré mi cabeza y me encontré con la cara de mi padre.
–¿Papá?
–una voz ennegrecida y rasposa salió de mi garganta.
–¿Estás
bien Sofía?
Las
preguntas volaron a mi cabeza, ¿qué hacía mi padre aquí? Estaba a unos kilómetros
de Guadalajara, ¿cómo era que me había encontrado?
–¿Qué
sucedió? –mi padre sonaba realmente preocupado.
Yo,
no podía despegarme del volante, él abrió la puerta del vehículo y me abrazó,
entonces las lágrimas brotaron sin intención de calmarse
°°°
Desperté
adolorida, en medio de sábanas blancas y perfumadas, el sol entraba alegremente
por la ventana, entonces me percaté que estaba de vuelta en casa, ¿cómo había
llegado allí? Lo último que recordaba era ir manejando y que la gasolina se
agotó.
–¿Ya
despertaste? –preguntó mi padre.
–¿Cómo
llegué aquí?
–Te
busqué como desesperado, creí lo peor…
No,
no podía decirle que eso que él temía había estado a punto de suceder.
–Si
no hubiera sido porque me hablaste, en ese momento habría iniciado una búsqueda
para encontrarte. No vuelvas a irte sin avisar, no quiero pasar por esto de
nuevo.
Asentí
con la cabeza, no recordaba haberle hablado, miré mi teléfono en la mesilla de
noche, lo tomé y vi que había hecho una llamada una hora antes de que mi padre
me encontrara, no estaba consciente de haberle hablado, no tenía sentido para
mí.
–¿Qué
sucedió Sofía? ¿Por qué estás lastimada?
Quería
responderle la verdad a mi padre, pero algo dentro de mí me dijo que no lo
hiciera.
–Me
perdí en el camino a Mazamitla, creo que tomé una desviación equivocada, me
bajé en medio del bosque y me caí entre las piedras.
–¿Y
tus amigos?
–Se
fueron en otro carro, yo no estaba segura de que iría así que yo iba sola… y el
teléfono no tenía recepción.
Mi
padre me miró fijamente, no estaba segura de que me hubiera creído. Ambos nos
quedamos callados unos minutos, después mi mente se detuvo en aquel pueblo
donde había estado, la pregunta salió casi instintivamente de mi boca.
–¿Papá,
conoces Tlacocotlpan?
La
cara de mi padre me devolvió incredulidad y asombro a la vez.
–¿El
pueblo donde creció tu madre? –respondió con otra interrogante.
–Sí,
ese lugar.
–Sólo
estuve allí una vez –mencionó –no es un lugar agradable para visitar…
En
su voz podía notar que guardaba algo, como ese algo que yo también había
guardado, podía decir que llevaba en mis venas esa nota intrínseca para decir
mentiras… para guardar secretos.
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