Las
alas de la libélula
Capítulo
14.Cenizas
La
impresión, el tiempo que llevaba perdida, la ansiedad o todo junto se unieron
para noquearme, cuando desperté, estaba en una cama, la luz del sol entraba por
la ventana, me sentía pesada, mis párpados se negaba a seguir abiertos, no
sabía cuánto tiempo había pasado pero podía asegurar que no era el mismo día. Vi
esa habitación, no la conocía, no había adornos, ni siquiera cortina, la luz
pasaba implacable a través del vidrio. La cama era sencilla, no tenía cabecera,
y una cobija hacía funciones de colcha y de sábana a la vez.
Respiré
profundamente, y me traté de incorporar, sentía esa pesadez tomándome por la
espalda, me levanté con lentitud y salí del cuarto en el que estaba, al igual
que la habitación donde había despertado podía ver que todo aquello me era desconocido,
la casa entera estaba construida en madera.
El
cuarto estaba pegado a una pequeña sala, todo me recordaba a aquellas cabañas
rústicas de Mazamitla, caminé con pasos torpes hasta la puerta y la abrí, me
sorprendí un poco, aquello no lo esperaba, el paisaje era muy distinto a lo que
era los lugares vacacionales en la montaña. El lugar se veía árido.
Salí
de la cabaña utilizando mi mano como visera, giré mi cabeza para ver lo
alrededores, el panorama era desolador, en lugar de una vegetación abundante
sólo algunos árboles pequeños asomaban entre lo que parecía eran vestigios de
un bosque. Todo se veía negro, encenizado, era como si alguien hubiera apagado
un gran cigarro en medio de la montaña, la parte árida eran algunos kilométros
a la redonda, no habría sabido decir con precisión cuantos, pero hasta donde
mis ojos alcanzaban a ver era así, podía ver las montañas que había alrededor,
allí todo era verde, todo maravilloso, pero justo donde estaba parada no había
nada, sólo tierra y cenizas… también pude distinguir otras viviendas, separadas
por cerca de veinte metros una de la otra, algunas de madera, otras de
ladrillo, pero no había césped, la única parte verde se encontraba hasta
pasando un arroyo que se alcanzaba a vislumbrar a lejos.
¿Dónde
estaba? ¿Qué había sucedido en ese lugar? Las preguntas no salían de mi boca,
tenía un cierto temor que me sujetaba las palabras. Entonces ese tipo apareció de
nueva cuenta delante de mí.
–No
vuelvas a gritar –me dijo el hombre.
Yo
lo miré, ¿no estaba muerto? ¿o estaba muerto y yo también lo estaba? Pero podía
sentir el calor del sol pegando en mi rostro, podía sentir como el aire
levantaba el polvo el cual entraba sutilmente a mi boca y a mi nariz. Entonces
quise huir, recordé que mi camioneta la había dejado cerca de la carretera,
pero allí no se veía una carretera cerca.
–¿Lo
ves? –dijo el hombre.
No
estaba segura a que se refería con eso, ¿qué era lo que quería que viera?
–Una
sequía tras otra, y el año pasado fue peor, el incendio, sólo aquí, el fuego
llenó todo el pueblo, arrasó con lo que había a su paso y después terminó…
justo como lo dice la profecía, justo como nos cuenta la leyenda.
Sentí
algo de pena, podía ver el sufrimiento, sentir el dolor en sus palabras, podía
palpar la desgracia en el aire.
–¿Dónde
estamos? –pregunté cuando vi que el hombre sólo se quedaba viendo hacía el
horizonte árido, hacía aquel lugar que debía haber sido bello hacía un tiempo,
pero que ahora sólo mostraba la pobreza.
–¿No
lo sabes? Creí que venías para acá… creí que despreciabas este lugar tanto como
Ana lo hizo…
¿Ana?
¿se refería a mi madre? ¿Qué tenía que ver mi madre?
–No
le entiendo –apunté.
–Esto
es Tlacocotlpan –dijo aquel al que hasta hacía una horas yo creía muerto.
Al
escuchar el nombre, volteé a ver todo de nueva cuenta, aquello no podía ser
verdad, ese lugar desolado y abatido por el fuego, no se parecía en nada a
aquellas fotos que guardaba mi padre en el sótano, no se parecía a esa donde mi
madre reía.
–Pero…
eso no puede ser.
–Esto
es culpa de Ana… –me dijo el hombre –Esto
es culpa tuya…
Yo
abrí los ojos, quería salir corriendo, el hombre me sujetó del cuello.
–Sólo
tengo que eliminarte, y todo habrá acabado.
Podía
sentir los dedos callosos apretar mi cuello, lo hacía casi con maestría,
apretando lo suficiente para que un poco de aire pasara y sintiera el dolor, lo
estaba haciendo para que yo estuviera consiente de lo que me esperaba… y lo que
me esperaba… sólo podía ser la muerte. Quería gritar, pero el aire era poco,
además apretaba en mi garganta, aunque hubiera deseado con toda mi alma iba a
ser imposible hacerlo. Iba a morir, mi padre jamás sabría qué había pasado
conmigo, iba a buscar a su Sofía tal vez de la misma forma que había buscado a
mi mamá… Todo estaba por terminar… pero en ese momento una fuerte lluvia comenzó
a caer, y el hombre abrió la mano para ver hacia el cielo.
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