Sofía
y el Vampiro
A CONTINUACIÓN LES PRESENTO UNO DE LOS CUENTOS QUE HE ESCRITO SOBRE VAMPIROS, ESTE ES UNO DE MIS FAVORITOS Y ESPERO LES GUSTE. ¡DISFRÚTENLO!
Durante varios siglos haz vivido
solo, resguardado de la humanidad en ese empolvado ataúd. Tomaste el sótano y
pintaste las ventanas de negro. Ocultaste la casona, herencia de tus abuelos,
en algún punto muerto de la montaña. Los nacientes del nuevo siglo desconocen
tu existencia, escuchan tu nombre y hacen referencia a un mito ya desgastado. A
ti ni te importa, caminas entre ellos en noches sin luna, sediento. Bebes su
sangre cada tres ciclos lunares, prefieres no hacer distinciones y asesinas al
primer individuo que se cruza por tu camino; en la mayoría de los casos,
viajeros perdidos en la montaña. Pocas veces llegas hasta el pueblo, algún
borracho como aperitivo es lo normal.
Regresas renovado, y devoras algún libro bajo el baile mortal de un cabo
de vela; sueles tener una reserva grande de ellas, porque gruesos volúmenes de
leyendas de tus congéneres acompañan tus soledades. Ya hasta perdiste el
recuento de la última centena de gatos que dormían sobre tu ataúd, todos ellos
carentes de un nombre, de una identidad. Durante tu última escapada conseguiste
uno, pero odia tu ataúd y suele dormir al pie de la escalera.
Entonces conociste a Sofía. Esa
madrugada subiste a la cocina en busca de algo para alimentar a tu felino
recién llegado; lo elegiste porque prefieres a los gatos negros de buen porte,
y lamentablemente, te salió tan domesticado que ni cazar ratas entra en sus
habilidades. Lo escuchaste maullar al pie de tu ataúd desde el atardecer; y no
se detuvo, hasta que tuviste a bien abrir la tapa para atender a sus reclamos.
Lloviznaba desde la noche anterior y
no había cesado, el cielo estaba tan cerrado que vivirías un pésimo temporal el
resto de la semana o quizá todo el mes. Te percataste que el agua se había
filtrado y ya tenías el suelo encharcado. La peor parte era tu biblioteca,
porque tenías una docena de goteras y aquel goteo permanente te recordaba a una
orquesta mal afinada.Lo detestabas, y te urgía regresar al sótano.
Cruzaste de mala gana el comedor
hasta alcanzar la sala, el gato caminaba entre tus pies, el verdor encendido de
sus ojos, era el único punto de luz de aquella casona. Entonces te percataste
de su presencia, de pie frente a la única ventana que aún conservaba su vista
al exterior.Aquella criatura había descorrido la pesada cortina color avellana,y
observaba aquellos árboles azotados por la lluvia que ya arreciaba.
Mantenía sus delgadísimos dedos
enredados a la cortina, te pareció que toda aquella fragilidad temblaba,
incluso su vestido floreado llevaba el mismo ritmo que el resto de su cuerpo.
Sus rizos dorados permanecían empapados, te pareció evidente que había buscado
refugio en tu casona; la noche se anunciaba tan larga y húmeda.
Te acercarse a ella aturdido, en un
vano intento por recordar la última vez que te habías topado con un intruso.
Nada. No existía una última ni una primera. Entonces la joven ladeando su
cabeza te dirigió, lo que supusiste fue, una mirada eterna.
-Estoy helándome, quiere alcanzarme
una frazada para secarme – te dijo la joven tras cerrar la cortina. Sus ojos
violáceos escrutaron tu inexpresivo rostro. La detestaste entonces.
-No recuerdo tener ninguna, nunca la
he necesitado – respondiste mal encarado.
-No sea usted descortés, no imagina
cuanto tiempo he pasado bajo la lluvia, afortunadamente encontré su casa –
anduvo la joven de puntitas hasta rozar el sillón para tomar asiento -. Preferí
no llamar a la puerta para no importunar su descanso.
-Tengo que alimentar al gato –
murmuraste y te metiste a la cocina a grandes zancadas. Odiaste la expresión
insolente de la joven, su carente miedo hacia tu persona.
La escuchaste subir las escaleras
que conducen a las habitaciones principales, sus zapatillas recorrieron el
largo pasillo en un par de ocasiones, las puertas se abrieron y cerraron
repetidas veces. Incluso identificaste el sonido que produce la llave, al
entrar en la cerradura del ropero.
-¿Y cómo dice que se llama? – te preguntó
alargando su mano para acariciar a tu gato. Habrías jurado que aún escuchabas
sus zapatillas bajando los escalones.
La miraste consternado, había
envuelto su esbelto cuerpo en una frazada descolorida. Tuviste una visión sobre
tu madre, recostada en su cama, en
aquellos interminables días de agonía, envuelta en esa misma frazada.
-No me agradan las visitas y aún
menos cuando nadie aquí las ha invitado… ¡Lárgate! – gritaste mostrando tus
colmillos crecientes. Gritaste en un absoluto estado de confusión, aunque claro
no quieras aceptarlo.
-Sofía, mucho gusto, le parece bien
si le llamo Señor Vampiro, para que vea usted que le tengo respeto – te sonrió
y, se desvaneció tras cruzar la puerta de la cocina.
Continúo una pesada lluvia el resto
de aquel mes, sus amaneceres fueron fríos porque estuvo granizando; pero tú ni
te percataste de aquel inclemente clima, metido como te mantienes en tu ataúd.
De vez en cuando el gato interrumpía tu descanso. Sólo lo alimentabas cuando no
lograbas ignorarlo.
Te
quedaste sin libros para acompañar tus soledades y te viste obligado a bajar al
pueblo. Aquella noche no tenías apetito; pero no quisiste despreciar a ese
vagabundo, que se había quedado dormido en una banca, a medio tapar por una
roída manta. Reconociste que tenía un excelente sabor.
Para cuando regresaste a la casona,
la encontraste toda iluminada; las velas estabas encendidas en diversos puntos,
bailoteando al compas de las piernas de Sofía. Un viejo vals retumbaba contra
las paredes y los cuadros, chocaba en las ventanas y rebotaba en los labios de
la joven; quien tarareaba una canción con sus brazos al viento. Te detuviste
petrificado a penas cruzaste el umbral, la observaste danzar con el gato contra
su pecho. Callaste porque desconocías las palabras adecuadas para ahuyentarla
de tu morada. Preferiste ignorarla y bajaste directo al sótano, amontonaste tus
recién adquiridos libros en un rincón, para ser leídos en otra circunstancia
menos ruidosa.
-Ya he leído este libro – oíste
decir a Sofía tan cerca de tu ataúd, que te asalto un estremecimiento; pero
aquel baile aún recorría los pasillos superiores. Podías sentir sus zapatillas
danzar sobre tu propia piel.
-¿Cuándo te irás? – preguntaste en
un susurró y cerraste de un golpe la tapa del ataúd.
-No debería ser tan egoísta Señor
Vampiro, usted habita este sótano y el resto de la casa esta demasiado vacía,
le vendría bien una presencia femenina, y aún no ha cesado la lluvia. Odio la
lluvia, arruina mi cabello, arruina mi vestido.Odio la lluvia ensanchando el
cause de los ríos, desbordándolos. La odio y esta casa es tan cálida – Te
contestó Sofía recargada sobre el ataúd. Tu gato comenzó a maullar al pie de la
escalera – Adoro a ese gato, es una lindura.
-¡Cállate! – gritaste al tiempo que
abrías de nuevo tu ataúd. El gato maullaba al pie de la escalera, maullaba con
aquel lastimero quejido que denotaba un hambre voraz. La presencia de Sofía ya
se había escurrido.
Aún no se cumplía el ciclo lunar,
sin embargo estabas tan sediento que bajaste hasta el pueblo aquella primera
noche, asesinaste a dos borrachos y a una joven pareja de amantes. Para cuando te
metiste en el ataúd no había disminuido la sed, una endemoniada necesidad de
más y más sangre te mantenía al límite de tus propios instintos. Te descubriste
matando a cuatro o cinco cada noche de aquella semana, los arrojaste al
barranco, observaste sus cuerpos vacíos despedazarse contra las rocas.
Sonriente regresaste, pero la sed continuaba aumentando.
Despertaste cuando la tormenta
estaba en su punto más álgido. La ansiedad de beber sangre te impulso escaleras
arriba, en tu trayecto te topaste con el gato acurrucado junto a una lámpara en
desuso. Le sonreíste, pero fue más una mueca de amargura que otra cosa. Estiraste tu mano para acariciar su lomo
carbón apagado, entonces percibiste los dedos de Sofía rozar tu cuello.
-Aléjate – quisiste decirle, pero
aquella palabra se quedo estancada en tu mente - La tormenta… ¿Le temes a la
tormenta? – preguntaste casi sin darte cuenta de ello.
-El rió se salió de su cause, llovió
tanto que el río creció y creció y llovió tanto más que crecióhasta llevarse
casas enteras. El río se salió de su cause y yo no sabía nadar… Papá prometió
enseñarme a nadar cuando llegará el verano, pero llovió tanto antes del verano…
No sabía nadar y el río me arrastro y…y… - Sofía no te sostuvo la mirada y sus
ojos violáceos fueron una aguada.
-Deberías secarte, mírate ese
vestido – dijiste extendiendo la mano a lo intangible – Vamos, me parece que
tengo guardada otra frazada.