Escribir,
te lo enseñaron desde tus primeros años de vida, algunos desde el kínder, para
otros en la primaria, cómo sujetar el lápiz, en cuadernos pequeños, y con letra
grande. Sí, como todos los demás, así comienzan los escritores también.
Al
paso del tiempo, es que comienzan a verse las diferencias, los escritores
desarrollamos una necesidad intrínseca de escribir, de plasmar sobre el papel
nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestros sueños y nuestras vivencias.
Algunos
escuchan el llamado y lo desoyen, otros lo escuchan y comienzan a escribir de
inmediato, pero como dirían los griegos, si es tu destino no puedes huir de él,
porque tarde o temprano, el que nació para este oficio se enfrentará a él.
Cuando
tomas conciencia de lo que eres, decides aumentar el nivel de conocimiento, por
medio de instituciones, en talleres o de forma autodidacta, que te ayudarán
para este efecto, para conseguir las herramientas necesarias.
No
obstante, aunque aprendas a hacerlo rodeado de compañeros, el proceso de la
escritura es solitario, tal vez, ésta sea la razón por la cual la mayoría de
los escritores amamos la soledad, no todo el tiempo, pero la soledad se vuelve
una sana compañera para cuando estás en obra, ya sea pensando, planeado, o en
su última instancia, plasmando las historias sobre una hoja en blanco.
Por
esto, encontrar un lugar para escribir se vuelve una odisea, cada uno es
distinto; hay quienes pueden escribir en medio del ruido; otros, necesitan
silencio absoluto; otros requieren cero distracciones, no teléfono, no redes
sociales, no nada, que pueda hacerles perder la concentración; y hay quienes
forman una especie de burbuja, que te desconecta de todo.
El
lugar designado para la actividad de escribir, ha variado con los años, así
como han ido desarrollándose tecnologías nuevas que ayudan en el proceso, en la
antigüedad, la mayoría de los escritores, designaban un espacio con un
escritorio lo suficientemente amplio para tener un montón de hojas, plumas y
tinta, lugar con buena iluminación para escribir durante el día, y un buen recaudo
de velas para quienes lo hacían de forma nocturna.
Esta
situación cambió con la máquina de escribir, de allí en adelante, era
indispensable contar con una de ellas, y si no tenían dinero para comprar una,
como en el caso de Ray Bradbury, acudían a lugares donde las rentaban por
horas, o en el caso de JK Rowilng que compró una usada que tenía algunas de las
letras pegadas, lo que caracterizó los primeros borradores de "Harry Potter". Las
máquinas fueron evolucionando, desde muy finas y bromosas, hasta esas portátiles,
pero el uso de las mismas tenía que ser exclusivo del día, porque eran muy
ruidosas, sólo aquellos autores quienes vivían solos y sin vecinos
quejumbrosos.
La
máquina eléctrica vino a suplir la mecánica, menos ruidosa, más eficiente,
aunque eso sí, más cara, pero aún exigía un escritorio para su uso, una silla
cómoda. Pero con la posibilidad de estar horas y horas en la noche, ya sin
ruido y con un buen foco para iluminar.
A
partir de finales del siglo pasado, la situación volvió a evolucionar, la
computadora personal y los procesadores de texto, hicieron que el escritor
pudiera trabajar hasta en la oscuridad, la pantalla con luz propia hacía
posible este cambio, el ruido casi inexistente de los teclados hacían el
trabajo casi imperceptible.
No
obstante, con las laptops, esto revolucionó el lugar del escritor, porque
volvió innecesario el tener un escritorio, el estar anclado a un lugar, ahora
se puede escribir en el jardín, en el parque, en la playa, en el café, en la
sala, en la cocina, en la cama, además de que los procesadores ya tienen sus
propios diccionarios, ya ni siquiera se requiere llevar uno consigo.
Me
gustaría no hablar de aquellos que ni siquiera usan una laptop, hoy días, de
aquellos que escriben en sus smartphones,
si la idea de no tener un lugar establecido me preocupa, el suplirlo por el teléfono
me parece que vuelve más difícil establecer una rutina, una disciplina real.
Los
escritores clásicos, tal vez carecían de la tecnología, pero sabían lo que
requería el oficio, un lugar tranquilo y específico para escribir, para
dedicarle horas a esta labor. Los escritores de hoy, hemos obviado el tener un
lugar exclusivo para realizar nuestra actividad, por eso, nos resulta fácil
distraernos, por eso exigimos silencio, y no podemos concentrarnos ni siquiera
con el ruido común de la naturaleza.
Tal
vez sea necesario redescubrir un lugar para escribir, uno propio, uno que nos
permita hacernos a la disciplina, porque hay que recordar que el talento si no
se cultiva no sirve de mucho, y para disciplinarnos, encontrar el lugar ideal
para desatar nuestros pensamientos, emociones, historias y sueños, debe ser tan
importante como el de obtener las herramientas y técnicas que nos ayuden con
este proceso.